Cuando Nadira Mahmoud desarrolla sus obras, regala su entidad y su alma para la pintura a través de la composición de mundos espirituales de Omán donde los colores, la vida y la naturaleza quedan perfectamente reflejados. Como dice Nadira, ella pertenece a los colores del cielo, del mar, de las montañas, de las rocas y arenas del desierto.
Estos colores se han ido fraguando en su memoria que se ha remodelado en el entorno de mundos espirituales con el fin de reflejar un mayor impacto en su pintura.
Las obras de Nadira nos revelan los sentimientos de un niño, que aún viven en la artista. Ella no espera a que el niño salga, ella quiere que se quede y jugar, en un intento de hacerle expresar sus sentimientos psicológicos más profundos.