Enrique Campayo Olea. España

Desahogo

Fatigado como el atleta al que le falta el aire tras acabar una carrera y mareado como en nuestra niñez después de llenar un globo de aire, me siento, una vez tras otra, al finalizar cada una de las obras de la serie “Desahogo”. En un intento de dar vida a la pintura a través de la boca o, mejor dicho, a través del aire de mis pulmones, - como el que infunde ánimo y valor al que está abatido para restablecer y mantener sus constantes vitales - derramo, desde dentro hacia fuera, sobre la pintura acumulada en el soporte, todo el esfuerzo en forma de soplido, para dar nacimiento a la obra, para reanimarla.

Utilizo los pulmones para dejar la huella de los caudales de aire que me atraviesan; podría llegar a plantear que la mano, ese apéndice que nos ha convertido en lo que somos, está en retirada.  El resultado sugiere una transformación de la energía a través de un proceso de creación en el que me interesa activar el azar para que lo mágico aparezca en un intento por generar despojos, desgarros, colapsos, desbordamientos... desahogos.

Alivio, expansión, desahogo… son palabras cargadas de asociaciones dependiendo del contexto en el que aparezcan. Personalmente, mi desahogo consiste en la ruptura con determinados mecanismos creativos que me estaban alejando realmente de los resultados que quería obtener en mi trabajo. Etimológicamente desahogo significa alivio, expansión, dar rienda suelta a un sentimiento, a una confidencia para sentirse liberado o para desatarse de una atadura, en definitiva, para ver la luz y desgarrarse, incluso, de lo que uno ha sido.

El papel que juega el color en esta sucesión de despojos, desgarros, etc., es fundamental. Éste subraya su condición de color, excava en las entrañas de sí mismo. Se esparce sobre el papel, arrastrando un aluvión de pintura, se pliega sobre la superficie de éste y adquiere corporeidad, transformándose en un color huracanado, en un torbellino, en tempestad, a la vez que tatúa con minuciosas salpicaduras, el propio papel, la pared y el suelo del estudio, mi rostro y el aire que respiro.

Salpicaduras de color rojo, negro, naranja y amarillo, como si de los restos de una gran explosión se tratara, como en un “big-bang”, reflejan el sangrado del propio color en el caso del rojo, a la vez que el negro enluta el papel, el naranja lastima al mirarlo y el amarillo irradia sobre todas las cosas.

“Big-bang”, originado por un soplido tan fuerte que rompe hasta el aire, dando expresión a lo susceptible de ser expresivo, ayudando a no ahogarme.

 

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